Tengo
25 años, separada, madre de un niño de 3 años y medio, administradora,
aspirante a corredora de atletismo y amiga de un gato castrado, manchado de
unos 7 años.
Los
días se me escabullen, los reparto en mañana de desayuno, planchada, y trabajo
en una MUY laboriosa oficina, las tardes son de más trabajo, entrenamiento (si
no llueve) y Universidad, terminando de noches de arrullo al enano, todo el
día esperando salir con todo lo que me parece importante, casi siempre lo
logro, pero cuando no completo alguna tarea eso si me pone de mal humor.
En las
mañanas buenas, las cosas me van saliendo como las había planeado: me encuentro
con el bus a tiempo, sin presas, el de la basura espera paciente por la bolsa
que no saque a tiempo, el del pan es amable y sonríe, el tiempo me alcanza
para cumplir con la entrega de mi trabajo y la mayoría de mandados, el gato no
se hizo una gracia, y Sebastiancito se comió todo el almuerzo. A veces la
suerte es tanta que logro llegar por la torta de arroz a la Leandro sin que se me
colen otras viejitas más rápidas y antojadas que yo.
Oros
días no son de tantísima suerte y corro de un lado al otro, con la cabeza llena
de pájaros y la sensación de ir dejando todo a medias y mal hecho.
Pero aún en las peores jornadas, tengo alguien con quien puedo contar para mejorar
mu calificación del día: mi hijo, que me hace reír tarde o temprano, lo más
emocionante es que esos chispazos vienen acompañados del factor de lo
impredecible, me deja estupefacta y preguntándome de dónde saca tanta información,
pero la regla es que me deja a veces riendo a carcajadas, y otras solo para
mis adentros porque me cuenta todo tan serio que si me río, fijo se resiente.
Cada
madre sabrá que cuentos le trae su hijo y cada una lo apreciará a su
manera, ya sea sonriendo despitada o volviendo los ojos al cielo.
Yo
agradezco los cuentos de mi hijo infinitamente, porque son su manera de
compartir conmigo ese cristal por el cual ve el mundo y tengo que admitir que
su cristal es, por mucho, mejor que el mío.
Lo que
digo es que si todas las mamás ocupadas de este planeta tuviéramos la misma
capacidad de asombro de un niño, hasta el más agotador de nuestros días se
volvería extraordinario.