viernes, 22 de agosto de 2014

Algo que contar...


Tengo 25 años, separada, madre de un niño de 3 años y medio, administradora, aspirante a corredora de atletismo y amiga de un gato castrado, manchado de unos 7 años.
Los días se me escabullen, los reparto en mañana de desayuno, planchada, y trabajo en una MUY laboriosa oficina, las tardes son de más trabajo, entrenamiento (si no llueve) y Universidad, terminando de noches de arrullo al enano, todo el día esperando salir con todo lo que me parece importante, casi siempre lo logro, pero cuando no completo alguna tarea eso si me pone de mal humor.
En las mañanas buenas, las cosas me van saliendo como las había planeado: me encuentro con el bus a tiempo, sin presas, el de la basura espera paciente por la bolsa que no saque a tiempo, el del pan es amable y sonríe, el tiempo me alcanza para cumplir con la entrega de mi trabajo y la mayoría de mandados, el gato no se hizo una gracia, y Sebastiancito se comió todo el almuerzo.  A veces la suerte es tanta que logro llegar por la torta de arroz a la Leandro sin que se me colen otras viejitas más rápidas y antojadas que yo.
Oros días no son de tantísima suerte y corro de un lado al otro, con la cabeza llena de pájaros y la sensación de ir dejando todo a medias y mal hecho.
Pero aún en las peores jornadas, tengo alguien con quien puedo contar para mejorar mu calificación del día: mi hijo, que me hace reír tarde o temprano, lo más emocionante es que esos chispazos vienen acompañados del factor de lo impredecible, me deja estupefacta y preguntándome de dónde saca tanta información, pero la regla es que me deja a veces riendo a carcajadas, y otras solo para mis adentros porque me cuenta todo tan serio que si me río, fijo se resiente.
Cada madre sabrá  que cuentos le trae su hijo y cada una lo apreciará a su manera, ya sea sonriendo despitada o volviendo los ojos al cielo.
Yo agradezco los cuentos de mi hijo infinitamente, porque son su manera de compartir conmigo ese cristal por el cual ve el mundo y tengo que admitir que su cristal es, por mucho, mejor que el mío.

Lo que digo es que si todas las mamás ocupadas de este planeta tuviéramos la misma capacidad de asombro de un niño, hasta el más agotador de nuestros días se volvería extraordinario.